miércoles, 22 de noviembre de 2017

El miedo a la pérdida, el miedo a vivir


De todos es conocido que el primer trimestre de gestación es el que mayor riesgo entraña para la vida del bebé. Existe una relación proporcional entre la velocidad de desarrollo y la vulnerabilidad -Lipton lo explica en el capítulo Crecimiento y protección del libro La biologia de la creencia– y es justamente en estos tres meses en los que se desarrolla la mayor parte de la formación del bebé. Naturalmente, cuando uno está en una situación de vulnerabilidad es necesario que el entorno se vuelva seguro y protector para asegurar la supervivencia -esto sucede dentro y fuera del vientre materno. Por ello, las mujeres y su entorno familiar y social, en el mejor de los casos, se ocupan de crear un entorno de estas características para el bebé.

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Sin embargo, todos y cada uno de nosotros sabemos que, aun haciendo todo lo que está en nuestras manos para asegurar algo, la mayor parte de lo que sucede escapa a nuestro control. El riesgo de pérdida está siempre, dentro y fuera del vientre, y todos lo sabemos. Otra cosa es que lo llevemos mejor, peor o que lo ignoremos. ¿Qué ocurre cuando queremos ignorar esta realidad o cuando nos aterra?

Nuestra lógica nos dice que cuando se muere alguien a quien no conocemos nos duele menos y esto nos permite concluir que si no nos vinculamos con el bebé nos dolerá menos si se va: hasta que no pasen tres meses no lo anunciome siento como si no estuviera embarazada y tantas otras estrategias que nos permiten pensar que mantenemos una cierta distancia de seguridad.
Yo no digo que no funcione, no lo sé. Nunca he creído en la creación de vínculos.
Y la única libertad que tenemos es la de reconocerlos o no. No me atrevería a hablarle a nadie sobre las ventajas de no reconocer un vínculo, no lo veo claro, pero sí me atrevo a hablar sobre los inconvenientes.
Un día me dijeron “cuántas maravillosas experiencias de amor nos perdemos por miedo al desamor”. Pues, sí. El miedo a la pérdida, al dolor que nos provoca, nos va conduciendo a una desconexión cada vez más profunda de nosotros mismos y del otro. Si el bebé muere antes de que hayamos reconocido el vínculo que tenemos con él habremos perdido el bebé y la experiencia de amor que nos traía. Nunca he visto que el sufrimiento más profundo cuando alguien muere sea por lo que se ha vivido. Al contrario, he observado que el mayor sufrimiento surge por lo que no sucedió, por lo que no se dijo, por el amor que no se mostró.
Por estos motivos animo a mujeres y hombres a reconocer el vínculo con los hijos desde el primer momento. Si se va dolerá, pero todos -madres, padres e hijos- habrán tenido la experiencia de amor que se merecen.

Cuando la pérdida ocurre, otra creencia que da vueltas en nuestra mente tiene que ver con el tiempo: solo tres semanas, solo diez años, duele pero ya tenía ochenta. Cierto, uno no comprende porque lleva aquí más de cuarenta años y otros apenas están alguna semana, nos entristece y nos asusta profundamente. En estos momentos me vienen a la mente y al corazón algunas personas a las que apenas he conocido pero que han marcado profundamente mi vida. Digo apenas he conocido hablando desde la creencia de que uno necesita tiempo para conocer a alguien. Pero creo que todos podemos recordar a alguien con quien no hemos pasado más tiempo del necesario para que nos dijera o hiciera justo aquello que más necesitábamos, como si hubiera accedido al más íntimo de nuestros rincones para descubrir lo único que nos hacía falta en ese momento y nos lo dio. Y quizás no nos dio tiempo a saber su nombre.
Amar y conocer a alguien está más allá del tiempo.
Por estos motivos animo a mujeres y hombres a reconocer el vínculo con los hijos desde el primer momento. Si se va dolerá, pero la experiencia de la relación íntima y profunda nos acompañará de por vida, y quizás más allá.

Tere Puig



http://nacercrecer.com/2016/01/11/miedo-a-la-perdida/