jueves, 16 de noviembre de 2017

¿Cómo hablar a los niños sobre la muerte?

¿Te imaginas que nos morimos el mismo día y nos meten en la misma caja?“, decía María de cuatro años, con cara de complicidad, a su madre.

Fernando, de cinco, no quería salir a la calle; su madre descubrió que tenía miedo de que su abuelo, que estaba en el cielo, se le cayera encima.
Para los niños, a una edad temprana, la muerte no es un tabú. Somos nosotros, los adultos, con nuestras angustias y creencias quienes lo convertimos en algo innombrable y, a veces, extraño: el cielo poblado de gente que, naturalmente, nunca habíamos visto volar; un riesgo.


¿Qué decirles a los niños acerca de la muerte? ¿Cómo y cuando decírselo? No tengo ni la más remota idea y creo que llegar a conclusiones sobre ello no nos lleva muy lejos. ¿Los adultos sabemos más sobre la muerte que los niños? No lo creo. Nuestra María, la de los planes “macabros”, a los once años dijo con pesar tras la muerte de una persona cercana: “La muerte es buena, se lleva a la gente que si se quedara aquí sufriría mucho“.
Los niños y la muerte
El verdadero reto no está en cómo hablar a los niños sobre la muerte, está en cómo escuchar a los niños cuando te hablan de la muerte. Cómo hacerles sentir que es algo de lo que se puede hablar, aunque lo desconozcamos todo; porque necesitan hablar de ello, porque forma parte de la realidad. Cómo mostrarles el respeto por sus creencias, que son tan válidas como las nuestras y necesitan ser respetadas; porque su función no es descubrir la verdad, sino dar sentido a la realidad, a la pérdida.
Necesitamos comprender que lo que a nosotros nos sirve para encontrar sentido a la muerte puede no ser útil a otro. Que la búsqueda de sentido es personal y, al mismo tiempo, necesita del otro: hablar de un tema, indagar juntos sobre él, es una vía de búsqueda. Por ello, a veces, el niño pregunta de forma incansable. No quiere una respuesta, quiere un diálogo que le sirva al descubrimiento, al descubrimiento propio, no a la asunción de las creencias de quien le responde. Necesita ser escuchado para poderse escuchar a sí mismo y llegar a sus propias conclusiones.
El reconocimiento de las propias limitaciones en el conocimiento de algo nos lleva a ser cómplices en la búsqueda del mismo, nos abre a una comprensión más amplia y profunda  y, al mismo tiempo, le ofrecemos al otro esa amplitud y profundidad para su propia indagación.
Pues, no. La verdad es que nunca había pensado en esa posibilidad…” continuó la mamá de María sin esconder su sorpresa.

Tere Puig



http://nacercrecer.com/2015/02/09/la-muerte-y-los-ninos/