viernes, 30 de junio de 2017

El trastorno de déficit de atención afecta a un creciente número de niños, y abre el debate en torno a los sobrediagnósticos

Quítale el móvil al niño

El trastorno de déficit de atención afecta a un creciente número de niños, y abre el debate en torno a los sobrediagnósticos


TDAH

La atención es la ventana a través de la cual el cerebro se asoma al mundo que le rodea. Cuando el niño nace, apenas es capaz de dirigir su interés hacia el mundo exterior. Inicialmente sólo presta atención a sus propias sensaciones llorando cuando tiene hambre, sueño, frío o se siente solo. Poco a poco comienza a fijarla en el pezón de la madre que destaca como una forma más oscura en el horizonte. A partir de ahí comienza un largo viaje en el que el niño va aprendiendo que atender ciertos estímulos conlleva una serie de beneficios.


A las pocas semanas el niño reconoce con facilidad objetos que emiten ruido o se mueven; por eso los sonajeros captan su interés. Los padres hacen todo tipo de carantoñas con juguetes o con las manos para dirigir su atención, de ahí los cinco lobitos. Pero también comienzan, de manera instintiva a ayudarle a fijarla en estímulos inmóviles. Primero un árbol que mece sus hojas con suavidad, luego una foto en la que sale junto a su mamá y, más adelante, un cuento en el que casi no pasa nada.
Así, el niño comienza a desarrollar una habilidad tremendamente compleja, que es la de controlar la propia atención y dirigirla no sólo a aquellos estímulos que se mueven, sino también a aquellos que están más quietos o son más aburridos. De esta forma crecerá siendo capaz de atender a su profesor, aunque el compañero de al lado esté haciendo el tonto. Aprenderá a abstraerse con el libro que lee, aunque una mosca lo sobrevuele, y llegará a ser capaz de concentrarse al volante, a pesar de que la carretera sea una larga recta y su cerebro esté cansado.

http://elpais.com/elpais/2017/06/23/ciencia/1498213275_166491.html?id_externo_rsoc=TW_CC

martes, 20 de junio de 2017

ENTREVISTA Adele Diamond: "Los niños de tres años no deberían estar sentados"

ENTREVISTA

Adele Diamond: "Los niños de tres años no deberían estar sentados"

La neurocientífica, que fue invitada por el Instituto Guttmann para participar en la jornada 'Neuropsicología y escuela', propone cambiar el paradigma educativo para centrarse más en las necesidades emocionales y físicas

 La neoyorquina Adele Diamond ha demostrado con su investigación que se pueden mejorar las funciones cognitivas en el aula. / FRANCESC MELCION


Es una de las quince neurocientíficas vivas más influyentes y sus investigaciones sobre las funciones cognitivas han impactado en la educación de millones de niños. Adele Diamond defienda que la estimulación de la creatividad y el ejercicio físico en la escuela son tan importantes como las habilidades curriculares.
¿La escuela tiene que cambiar la forma en que educa?
Sí. Necesitamos que se imparta más actividad física y artística porque ayudan a construir las funciones ejecutivas [habilidades cognitivas como la atención, el autocontrol o el pensamiento flexible, que permiten asociar ideas]. Hay quien piensa que si los niños se divierten y son felices no están trabajando seriamente. Y se puede disfrutar y aprender a la vez. Después de la actividad física, en lugar de estar cansado para dar clase, puedes tener más energía y no ansías moverte porque ya lo has hecho y la clase está más tranquila. Los niños deben tener tiempo para moverse y para expresar su creatividad y para aprender a trabajar en grupo. En las escuelas que tienen más tiempo para la actividad física y las artes y, por tanto, menos tiempo para hacer instrucción académica, los alumnos sacan mejores resultados académicos que los que sólo hacen actividades curriculares.
Pero son materias que a menudo hemos menospreciado. ¿Cómo benefician al desarrollo del cerebro?
Si tocas un instrumento en una orquesta tienes que recordar las secuencias que tienes que tocar, ser flexible y adaptarte a los cambios del director de orquesta, a los otros niños o los imprevistos. En el caso de la práctica de un deporte, también hay que adaptarse a lo que pasa en el campo y quizás quieres marcar pero no estás en la mejor posición y has de ejercer el autocontrol y pasar el balón y esto requiere entrenamiento. Se aprende practicando. Siempre aprendemos mejor las cosas a través de la práctica y no a partir de la escucha abstracta. Es como el conductor y el pasajero de un coche. El conductor se aprende la ruta porque la necesita y el pasajero sólo se sienta. Desafortunadamente tenemos alumnos pasajeros.
¿Cuál es el papel de la educación emocional?
Si te sientes triste, estresado o solo, las funciones ejecutivas sufren. Por lo tanto, necesitamos preocuparnos de que el niño sea feliz y por sus problemas en casa, que impiden que se concentre en la escuela. Que sea feliz es esencial para los resultados académicos. La investigación muestra que tenemos más flexibilidad cognitiva y mejor memoria para el trabajo cuando estamos contentos.
Dice que el amor de una madre puede compensar otros déficits.
Creo, aunque no hay suficientes evidencias, que no es sólo el de una madre. Puede ser un profesor. Alguien que se preocupe por ti, que te escuche, que crea en ti, que te diga que serás capaz de hacerlo. Pongo el ejemplo del niño que aprende a caminar. Quizás cae cinco veces al día, pero nadie le dice: "Has suspendido". Le decimos: "Estoy segura de que aprenderás a hacerlo". En cambio, van a la escuela y ¿qué oyen? "Hoy has sacado un suspenso".
¿Está diciendo que en la escuela no hay que poner notas?
En las escuelas Montessori no se ponen notas y los niños obtienen buenos resultados académicos.
Hay un debate abierto: ¿los niños deben ir a la escuela a los 3 años o están mejor en casa?
Todo depende de cómo se haga la actividad. Es inapropiado para el desarrollo tratar a los niños como si fueran estudiantes universitarios y esperar que estén sentados escuchando la lección. No deberían estar sentados ni necesitan instrucción académica. En Finlandia, donde los niños sacan buenos resultados académicos, no empiezan la escuela hasta los 7 años. No hay que empezar la escuela pronto. Pero si en la escuela se les ayuda a ejercitarse físicamente y desarrollar funciones ejecutivas como el autocontrol, entonces es genial. Pero debe hacerse en el contexto del movimiento y del juego y hacer que disfruten de la escuela, no que la odien.
¿Qué piensa del acceso de los niños a las nuevas tecnologías?
No digo que no tengan que acceder, pero debe ser un acceso limitado porque los aleja de la interacción social. Me preocupa que los niños no aprendan a interactuar en el mundo real con gente real y de todo tipo. Y esto requiere práctica, no se aprende delante de una pantalla. También necesitan contacto con la naturaleza y menos cemento.
Los científicos han salido a la calle a reivindicarse en la Marcha por la Ciencia. Es inusual.
Sí, pero tiene más que ver con Trump y con los estúpidos que niegan el cambio climático. La verdad es importante y eso se está perdiendo con Trump porque miente. Y los argumentos científicos no se pueden negar. No se puede poner al mismo nivel el creacionismo y la teoría de la evolución, y hemos demostrado que el hombre es el causante del cambio climático. Es irrefutable. La gente debe saber cuando hay evidencia científica y cuando no. Debemos ser buenos consumidores de ciencia para diferenciar entre lo que es científicamente demostrable y lo que es fe en una opinión.
Pero para conseguir esto hace falta educación científica.
Sí, y para ello es necesario que los profesores estén formados. En Estados Unidos a muchos profesores les gustaría hacer educación activa pero no saben cómo, sólo les han enseñado a recitar la lección. Nadie les ha dado las herramientas para hacerlo. No digo que todos deban educar según el sistema Montessori, pero sería beneficioso que aprendan algunas de las técnicas.

Las emociones, especialmente las de los niños, no deben ser ignoradas, deben ser escuchadas, traducidas, atendidas.

Las emociones, especialmente las de los niños, no deben ser ignoradas, deben ser escuchadas, traducidas, atendidas.

Detrás del llanto se esconde siempre un mensaje:
-"Estoy triste."
-"Estoy frustrado."
-"Estoy cansado."
-"Estoy enojado."
-"Estoy asustado."
-"Me duele algo."
-"Me pasa algo o necesito conectarme contigo y no sé cómo más comunicarlo."

Esas son algunas de las posibilidades que se pueden esconder detrás de un llanto, y es lo que hay que aprender a traducir y validar.
Cuando el llanto surge ante un límite, hay que entender que NO se trata de cumplir el capricho o quitar el límite, sino de comprender, validar y acompañar la emoción que ese límite genera.
Todas las emociones son necesarias, cada emoción cumple una función en nuestra capacidad de relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y con el mundo. No las sofoquemos, empaticemos con ellas y enseñemos a los niños formas saludables de comunicar y gestionar sus emociones (por ejemplo, si estoy enojado no se vale pegar a las personas o animales, pero puedo expresarlo con palabras o puedo pegarle a una pelota o un cojín).
El llanto no es manipulación, el llanto es comunicación.
•Mariana Gomes•

viernes, 16 de junio de 2017

En pro de la ecopedagogía: deja que tus hijos se ensucien y vayan descalzos

En pro de la ecopedagogía: deja que tus hijos se ensucien y vayan descalzos

Los padres debemos ser facilitadores, no adiestradores. Devolvamos a nuestros niños lo que les pertenece: su conexión con la Tierra

En pro de la ecopedagogía: deja que tus hijos se ensucien y vayan descalzos

La educación tradicional solo ha hecho hincapié en los aspectos cognitivos de los niños, llegando incluso a creer que había un solo tipo de inteligencia y que esta podía medirse y resumirse en un número, en un afán de clasificación que nos permitiera tener la ilusión de que controlamos todo, incluso algo tan mágico y complejo como el ser humano en desarrollo.
La ecopedagogía cultiva especialmente otras capacidades humanas tales como la intuición, la imaginación, la creatividad, la estimulación sensorial y la sensibilidad a través de la experiencia. Con ello, estimula un profundo sentido de conexión con la vida, consigo mismo y con los demás que fomenta y desarrolla la capacidad de empatía y de responsabilidad.
Este nuevo enfoque cambia la filosofía de origen en la que hemos ido creciendo donde el ser humano es el centro del universo y la Tierra es una gran masa inerte, desprovista de vida, como una ingente despensa de víveres y riquezas materiales. Desde este lugar, estamos solos, aislados, profundamente desconectados y esto no nos ha salido gratis.
Nuestros niños van creciendo como pueden en burbujas casi herméticas con universos muy limitados y artificiales formados por pantallas, teclas y hormigón generando trastornos físicos y emocionales a los que damos respuesta con fármacos. Niños enfermos de una sociedad enferma, representan la consecuencia y el síntoma a la vez.
Como el resto de mamíferos, nuestros cerebros están diseñados para lo que se conoce como biofilia, es decir para relacionarnos con las demás especies, animales o vegetales. Se trata de una atracción genética por la vida, una tendencia innata a dar valor a lo que nos rodea y percibimos como vivo.
Educar y criar, alejando a los niños de lo que es innato en ellos, es ir contra su esencia, requiere de un entrenamiento largo y minucioso que solemos llamar “educación”.
Las consecuencias son fácilmente reconocibles, aunque no por ello menos trágicas: nuestros niños han perdido espontaneidad, suelen tener biorritmos alterados, problemas de sueño, sensibilidad limitada, fatiga sensorial y falta de movimiento, entre otros que suelen derivar en alteraciones de conducta y problemas de concentración, el famoso TDAH por ejemplo.
Por ejemplo, los pediatras recomiendan exponer a los bebés a la luz solar al menos 15 minutos diarios, ya que es la mejor fuente de Vitamina D, imprescindible para el desarrollo. Numerosos estudios e investigaciones demuestran que la actividad no estructurada al aire libre actúa como un potente preventivo de los  trastornos de conducta y que el TDAH mejora.
En la primera infancia, es decir desde el nacimiento hasta aproximadamente los siete años, los niños son poseedores aún de una conciencia mental pura, no necesitan proyectar ni clasificar ni etiquetar ni juzgar. Son capaces de relacionarse directamente a través de los sentidos: tocar, oler, saborear, escuchar, respirar… se trata de absorber el mundo de una forma más fluida y amplía, sin imposiciones artificiales que nada aportan pero sí limitan, como el aprendizaje de la lectoescritura antes de esa edad, típico de nuestra cultura.
“LOS NIÑOS NECESITAN DOMINAR EL LENGUAJE DE LAS COSAS ANTES QUE EL DE LAS PALABRAS”, DICE EL PSICÓLOGO EVOLUTIVO DAVID ELKING.
Antes de los siete años, los niños deben correr, saltar, escalar, cuidar plantas y animales, jugar con agua y arena, pintar, escuchar e inventar canciones, no aprender signos estructurados inmóviles entre paredes con pantallas digitales.
Los entornos naturales son idóneos como marco para el desarrollo de la creatividad, la impulsan desde su diversidad de materiales, texturas, colores y su ausencia de indicaciones sobre cómo deben usarse o jugar con ellos. Y la creatividad no sólo es eso que se necesita para pintar un cuadro o escribir un libro, es una capacidad imprescindible en el desarrollo de nuestros hijos porque les prepara para tolerar la ambigüedad, asumir riesgos y ser flexibles, es decir para una sana adaptación a los cambios y avatares de la vida, nada más y nada menos.
Nosotros, los padres, tenemos una irrenunciable responsabilidad en ello, tratando de educar desde la libertad y la humildad de saber, de sentir y transmitir que somos parte, no el todo.
Nuestro papel debiera ser más el de la aceptación serena e incondicional, la confianza en que cuentan con los recursos que necesitan para ser quienes quieran ser, interesarnos honestamente por sus cosas, asegurar que cada día disponen de tiempo libre para jugar, dejar que se aburran sin caer en la pantalla, darles muchas, muchas posibilidades de conexión con la naturaleza, con los otros (humanos, no humanos, plantas, minerales…), evitar organizar su tiempo como si la agenda de un ministro se tratara, no interferir ni dirigir sus juegos, no impedirles que se sienten en el suelo, que caminen descalzos, que toquen, que se manchen, que desordenen… para construir su mundo, primero necesitan “destruir” el nuestro. Sino, se limitarán a copiarlo desde la obediente sumisión, dejándose a sí mismos por el camino.
Seamos facilitadores, no adiestradores. Devolvamos a nuestros niños lo que les pertenece, su conexión con la Tierra de la que son hijos, su innata curiosidad por lo vivo, su tendencia humana al cuidado de otro, a la generosidad, a la empatía, despertando sus sentidos a una sensibilidad diferente, plena, conectada, responsable.
Y de paso, dejémonos llevar nosotros también por esa energía no contaminada que cada día nos regalan tan generosa y abundantemente.
http://elpais.com/elpais/2017/06/13/mamas_papas/1497350778_146220.html?id_externo_rsoc=FB_CM

jueves, 15 de junio de 2017

La comunicación

La imagen puede contener: una o varias personas, personas de pie y texto

miércoles, 14 de junio de 2017

¿Qué hago si mi hijo muerde o pega?

¿Qué hago si mi hijo muerde o pega?



Hace tres días os explicamos que un niño de quince meses ha sido expulsado de la guardería una semana por morder a sus compañeros. La medida la criticamos todos, lectoras incluido (digo lectoras y no lectores porque sois mayoría), porque está claro que expulsar a un niño no le enseñará a dejar de morder.
Que un niño de uno o dos años muerda o pegue a otros niños es normal. Suele suceder porque en casa se relacionan así con el niño (no mordiéndole, pero sí pegándole en algún momento), porque el niño decide probar esa estrategia de relación por iniciativa propia y ve que le funciona o, y esto es lo más habitual, que no se le ocurre o no sabe aún cómo expresar mejor lo que siente, su frustración o enfado, y hace uso de estas estrategias.
Que sea normal (y con normal no digo que lo hagan todos) no quiere decir que no haya que hacer nada, porque hacer daño no es un modo de relacionarse saludable ni lógico. Por eso hoy vamos a tratar de explicar qué hacer y qué no hacer si nuestro hijo muerde o pega.

Expulsarle una semana

La primera de las opciones, que no la mejor, es la adoptada por la directora de una guardería y por el concejal de Educación de la ciudad, mostrando ambos tener pocos recursos educativos al disparar a un mosquito con una bala de cañón. La medida es excesiva se mire por donde se mire y por eso el otro día le dedicamos una entrada y la consecuente crítica.

No hacer nada, son cosas de niños

Como hemos dicho, es normal que los niños peguen y muerdan porque están empezando a relacionarse con otros niños y otras personas y, simplemente, no saben muy bien cómo hacerlo. A veces lo hacen porque sí y a veces lo hacen con una intención, como mostrar enfado o para intentar conseguir algo (un juguete que quieren arrebatar o un juguete que quieren recuperar porque se lo han arrebatado).
En diversas ocasiones he oído a padres decir que hay que dejarles, que son cosas de niños y que, cuando crezcan, dejarán de hacerlo. A veces este laissez faire(dejar hacer) responde a la teoría que dice que los niños deben aprender a resolver sus conflictos por sí mismos y que es mejor no intervenir.

Mi opinión al respecto es que todo depende de la edad de los niños y de su capacidad de expresarse y de entender lo que es correcto y lo que no es correcto. Si un niño de uno o dos años está mordiendo o pegando no se puede obviar porque si nadie censura su modo de actuar creerá que es una manera más de relacionarse con los niños que, además, da buenos resultados muchas veces porque consigue lo que quiere. Si son más mayores y son capaces de razonar y expresar con palabras lo que sienten y piensan sí puede dejarse que busquen soluciones, pero si se están pegando o mordiendo, que es el caso que nos ocupa, yo intervendría siempre: Violencia cero.

Hacerle lo mismo para que vea que hace daño

Otra opción es la de hacerle lo mismo que el niño está haciendo para que vea que está haciendo daño. He leído alguna vez consejos así de teóricos profesionales de la psicología y también lo he oído a algunas abuelas ("para que no toque la caja de los hilos, donde hay agujas, le pinchas con una aguja en la mano... así nunca más querrá tocarla").
Es un recurso que podría funcionar si el niño es capaz de entender la comparación "te pego, que es lo mismo que tú haces" y si es capaz de pensar "me duele, no se lo haré a nadie más". El problema es que podría no entenderlo o incluso entenderlo al revés "mis padres me pegan, yo también puedo pegar", "mis padres se relacionan conmigo haciéndome daño, yo también podré hacerlo".
Sea como sea y suceda como suceda, no me parece buena opción si estamos diciendo que queremos mantener la violencia a raya. No me parece respetuoso enseñar a no morder ni pegar mordiendo y pegando. Si decimos que violencia cero, pues cero para todo.

Castigarle: "nos vamos a casa"

Algo muy utilizado también, porque es lo que más se suele hacer y porque nosotros como niños solíamos sufrir escenas similares (el castigo es una tradición muy arraigada) es el recurso de castigar al niño. Muchas de las escenas suelen darse en el parque o sitios similares, que es donde los niños comparten espacio con otros niños y con los padres a la vez. Tu niño pega o muerde y le dices que a la próxima os vais a casa. Vuelve a pegar y morder y ejecutas la amenaza, lo coges y os vais a casa.
El problema es que esta consecuencia lleva muchas cosas implícitas. Si un niño es lo suficientemente pequeño como para no entender que pegar o morder está mal, es muy posible que no entienda que el irse a casa es consecuencia de sus actos. Los niños no tienen demasiada noción del tiempo y unos días pueden estar toda la tarde en el parque y hacérseles corto y otros estar un ratito y cansarse enseguida. ¿Cómo entiende el niño que se va a casa porque ha hecho algo? ¿No puede entender simplemente que ya es la hora de irse?
Pongamos que sí entiende que después de pegar o morder "nos vamos a casa", ¿no puede el niño pensar otro día que en el momento en que oiga "nos vamos" tiene derecho a pegar o morder? "Total, si ya nos vamos...". Es más, el día que no pegue ni muerda y mamá diga "nos vamos a casa", ¿no puede pensar que le estamos castigando?
Pelea de niños en el parque
Otro problema, si tienes más de un hijo, ¿te los llevas a los dos a casa? No, supongo que habrá que inventar otro castigo que, probablemente, tendrá otras consecuencias y condicionantes a valorar. Por eso siempre digo que la motivación no la podemos aplicar nosotros, las consecuencias no pueden ser inventadas por nosotros. Las consecuencias de un acto deben ser las reales, las que son: "Pegar a los niños está mal porque les haces daño. "Hacer daño a los niños está mal porque les haces sentir mal". "Si pegas a los niños no querrán jugar contigo". "Quizás un día un niño más grande que tú te pegue también... no creo que te guste, como no les gusta a los niños a los que pegas (o muerdes)".

Poner emociones a los actos: diálogo y paciencia

En la línea del último párrafo está la que yo creo que es la solución ideal. Poner emociones a sus actos, darle palabras a lo que ha hecho. Los niños no suelen empezar a jugar juntos hasta los tres años, momento en el que empiezan a conocer el mundo de las emociones y empiezan a ser algo más racionales. Además a esa edad ya tienen más vocabulario y son más capaces de entender lo que les decimos y de poner palabras a lo que sienten.
Hasta ese momento pueden empujar, pegar o morder, simplemente porque no saben expresar su enfado de otro modo. Imaginad que no podéis hablar, que no podéis decirle a alguien lo enfadadas que estáis... ¿no es más que probable que le deis un buen empujón para hacérselo saber? Incluso pueden hacerlo porque, como hemos dicho, están probando "a ver que pasa".
Nosotros somos los adultos y en esos momentos debemos intervenir para mostrarles otra manera de hacerlo. Ponemos palabras a lo que está pasando "veo que estás enfadado porque te ha quitado el juguete", "ahora mismo te gustaría recuperarlo", "veo que te enfadas porque quieres jugar con el juguete de ese niño" y luego explicamos lo que sigue: "vamos los dos juntos a pedirle que te lo devuelva", "pero el juguete es suyo... lo único que podemos hacer es preguntarle si te lo deja". Evidentemente añadir lo más importante, el "no pegues, que haces daño", "no muerdas, que los niños no querrán jugar contigo", etc.
Esto no es un método para que el niño deje de pegar ipso facto, esto es una manera de actuar con la cabeza fría y haciendo las cosas con paciencia y calma y sabiendo que los resultados llegan a largo plazo. El diálogo y la paciencia se enmarcan en un modo de criar a los niños más respetuoso que el conocido (donde entrarían las soluciones antes comentadas), porque respetándoles podemos enseñarles a respetar y porque así no harán las cosas para evitar un castigo u obtener un premio, sino porque realmente crean que las cosas no se hacen así.

Mientras tanto...

Mientras el niño crece, madura, aprende y razona nuestro mensaje (que repetiremos una y mil veces, probablemente) nuestro papel es actuar de celador, o de padre, que viene a ser lo mismo. Si sabemos que nuestro hijo muerde o pega, mil ojos con él, si sabemos que lo hace siempre o muy a menudo, quizás sea útil y necesario evitar que juegue con otros niños: o no vamos al parque o vamos al parque y jugamos nosotros con él para evitar que se den situaciones problemáticas. Ya habrá tiempo de que juegue con otros niños.


https://www.bebesymas.com/educacion-infantil/que-hago-si-mi-hijo-muerde-o-pega

EVÂNIA REICHERT "El abandono del bebé en el primer año siembra la semilla de la depresión"

EVÂNIA REICHERT

"El abandono del bebé en el primer año siembra la semilla de la depresión"

La cultura de la separación, la desnutrición afectiva, conducen a crisis psicológicas (depresión, hiperactividad, desinterés por los estudios...)

Evânia Reichert

Evânia Reichert es terapeuta y escritora, especialista en el estudio de la relación entre las etapas de la infancia y la formación del carácter. Es autora, entre otros libros, de Infancia, la edad sagrada (La Llave).
Este libro es el fruto de tres años de un intenso trabajo propulsado por un hecho conmovedor: el suicidio de un niño de diez años. Evânia, madre de tres hijos, denuncia la cultura de separación dominante y reivindica el calor de los besos y abrazos.
Todo surge a raíz del suicidio de un niño. ¿Pudo dar una explicación a este hecho?
Yo atendía como terapeuta a una persona que me enseñó la nota que dejó ese niño; explicaba que no soportaba más la soledad de su casa y la depresión de sus padres... Cuando mi paciente se fue, me puse a llorar porque el suicidio no es parte de la infancia. ¡Un niño no piensa en eso! Me conmovió muchísimo y me puse a investigar.
¿Y qué descubrió?
En 1999, la OMS ya hizo una campaña para concienciar sobre el suicidio infantil y juvenil, un tema tabú. Ese niño vivía una situación muy habitual, sus padres sufrían depresión. Descubrí que, también según la OMS, el crecimiento de la depresión en el mundo es abrumador, así como las psicosis, la ansiedad, las adicciones, la anorexia... Los primeros años son vitales para prevenir estos trastornos, por eso creí necesario establecer una conexión entre esa realidad y sus raíces.
Dice que la “desnutrición afectiva” de las sociedades ricas puede ser causada por la falta de tiempo.
Muchísimas mujeres han de escoger entre ser madres y trabajar. Es un asunto serio. Las bajas maternales tendrían que ser de seis meses como mínimo, algo que en mi país, Brasil, conseguimos no hace mucho. Estamos lejos de los dos años de Suecia, pero ¡algo es algo! Reunimos muchos datos, avalados por la OMS, y demostramos que los seis meses no resultan costosos, como argumentan los empresarios. Cuestan más las bajas por depresión que por maternidad.
Aquí la política es hacer guarderías. ¿Cómo puede afectar a un bebé de cuatro meses?
Es entre los cero y los tres años cuando todo se gesta, por lo que los profesionales de las guarderías deberían estar muy bien formados y muy bien pagados. Pero existe un paradigma muy presente desde hace casi cien años, e inventado por los anglosajones, el de la crianza a distancia.
¿Y qué consecuencias tiene?
Empieza con la separación del niño en el momento del parto y continúa con el niño durmiendo en su cuarto, dejándolo llorar para que aprenda a dormir... Es una cultura de la separación, de inculcar una serie de hábitos que conducen a crisis psicológicas, como depresiones, núcleos psicóticos, hiperactividad y desinterés por el estudio.
¿Y la hiperprotección? Muchos creen que también genera problemas...
No se trata de no tener límites sino de que, durante los tres primeros años, el niño disponga del calor de la madre, el padre, el cuidador... En el abandono durante el primer año se siembra la semilla de la depresión.
¿Por qué la crianza natural y la crianza más dirigida chocan?
Son paradigmas en conflicto por la confusión: hemos salido de la represión para ir al otro extremo. La autorregulación de los niños, que es subjetiva y necesaria, precisa de un equilibrio entre la contención y la libertad. El problema es que la mayoría de las personas desconocen las etapas de maduración de cada edad.
¿Algún ejemplo?
Un niño de dos años no tiene maduración cerebral para asimilar los 500 “noes” que le decimos al día. Lo consigue a los tres años. Por eso escribí el libro, para mostrar qué maduración corresponde a cada edad.
¿Estamos acortando la infancia?
Sí, los adultos fomentan una infancia cada vez más reducida y una adolescencia cada vez más anticipada que, a su vez, se alarga demasiado porque los jóvenes tardan en independizarse. Hoy tenemos niños muy inteligentes y formados, pero emocionalmente inmaduros.
¿Cómo afecta a su autonomía?
Hay una desconexión entre el desarrollo cognitivo y el emocional. No hay estructura emocional para la autonomía verdadera porque, cuando esta estaba naciendo, se produjeron heridas a causa de darle autonomía cuando no tocaba.

Las etapas de desarrollo infantil

Para Evânia Reichert entender lo que puede esperarse en cada franja de edad es básico para educar a niños felices y sanos. La autora distingue varias etapas:
  • Sustentación: gestación, parto y 10 primeros días.
  • Incorporación: hasta los 18 meses.
  • Producción: hasta los 3 años.
  • Identificación: de los 3a los 6años.
  • Estructuración: de los 6 a los 12 años.
  • Y,por último, el ingreso en la adolescencia.

http://www.mentesana.es/psicologia/evania-reichert-efectos-cultura-separacion_1183

Esto es lo que le pregunto a mi hijo cuando lo recojo el día de un examen

Esto es lo que le pregunto a mi hijo cuando lo recojo el día de un examen



Hoy tocaba examen de matemáticas. Y como siempre que voy a recogerlo en un día de examen o me lo encuentro después de que lo recoja su madre, esto es lo que le he preguntado:
-“¿Qué tal fue tu día?”
Ni más, ni menos.  No le pregunto si el examen fue fácil o difícil. Ni si le dieron la nota. Ni si cree que aprobará o no. Ni siquiera si supo poner todo lo que sabía o se le olvidó algo.
Y tengo la costumbre de no preguntarle esas cosas, por estas 7 razones:
1. Porque quiero que sepa que lo importante para mí es él. No sus notas ni su expediente.
2. Porque quiero que sepa que si quiere, me puede contar y si no quiere no tiene por qué hacerlo.
3. Porque no quiero que sienta que mi prioridad es fiscalizarlo ni dirigir su vida.
4. Porque quiero que siempre se alegre de verme.
5. Porque si mi padre viniera a buscarme al trabajo y lo primero que me dijera fuera..”¿Qué tal los pacientes?, hijo”  sentiría un gran vacío entre los dos.
6. Porque creo que así él se siente responsable de sus cosas.
7. Porque la comunicación para que funcione bien y perdure en el tiempo debe de ser libre (hablamos si queremos) recíproca (tu cuentas – yo cuento) y resonante (hablamos de las cosas que conectan con nuestras emociones).
….
De momento nos funciona bien. Siempre se tira  y a mi cuello y me cuenta muchas cosas, de los temas que le interesan. Y me gusta que sea así.  La mayoría de las veces nos ponemos a hablar de sus cosas y se me olvida por completo preguntarle por su examen. Esos días, a la hora de la cena se le suele ocurrir a él solito contarme la nota que sacó. Suelen ser buenas notas porque le gusta aprender, le resulta fácil recordar y ve los estudios como una responsabilidad suya y no mía. A veces no nos acordamos ni él ni yo de hablar del examen en todo el día y suele ocurrir también que cuando estamos desayunando al día siguiente me acuerdo y exclamo…
….
– “Diego! ¿Qué tal te salió el examen de ayer!!!?”
– “¡Bien! ¿Sabes una cosa? Hoy voy a jugar con José Miguel y Marcos a los Slugs Evolucionados.
– “Pues disfrútalo, hijo. Disfrútalo.”
….
No quiero decir que no debamos mostrar interés por sus exámenes. ¡¡Claro que podemos preguntar a nuestros hijos por sus exámenes!! Pero intenta que no sean las primeras palabras que escucha de tu boca. Antes de preguntar, dale por lo menos algo de tiempo para ilusionarse con tu llegada y otro momento para correr y liberar el estrés de un duro día de escuela y examen.
 
Por Álvaro Bilbao – Autor de “El cerebro del niño explicado a los padres”

http://www.xn--elcerebrodelnio-crb.com/blog/esto-es-lo-que-le-pregunto-a-mi-hijo-cuando-lo-recojo-el-dia-de-un-examen-4/

lunes, 12 de junio de 2017

Ojo con las etiquetas, porque terminan por cumplirse.

Ojo con las etiquetas, porque terminan por cumplirse.

Por: Patricia Ramírez



El psicólogo vienés Gustav Jahoda realizó una investigación interesantísima en los años 50. Se licenció en psicología y sociología en la Universidad de Londres y terminó trabajando de profesor titular en la Universidad de Ghana. El pueblo Ashanti, de la Ghana central, tenía la costumbre de asignar a los varones recién nacidos, el nombre que correspondía con el día de la semana. Pensaban así que el nombre adoptaría el alma del día. A priori parece una idea muy romántica y simbólica. Pero lo que descubrió Gustav Jahoda es que realmente los niños terminaban comportándose conforme a la etiqueta que les habían asignado al nacer. Los niños nacidos en lunes heredaban un alma pacífica y sosegada, mientras que los nacidos en miércoles, heredaban el alma traviesa. Los registros de detenciones en edad juvenil eran superiores en los niños nacidos en miércoles que los nacidos en lunes.
Etiquetamos constantemente a las personas de alrededor, con intención o sin ella. Hacemos juicios de valor que influyen en la percepción que tenemos de las personas, en cómo los tratamos y en cómo ellas se perciben. Este fenómeno es especialmente delicado en la edad infantil, en la que los niños están construyendo su identidad y su imagen. Y lo hacen en función de la información que reciben del entorno: familia, iguales, maestros, entrenadores. Cuántas veces hemos escuchado frases como “el niño este es muy travieso, nada que ver con su hermana y mira que los he tratado de la misma manera”, “es malo, malo, remalo”, “este niño me ha salido un poco mentirosillo, ¿verdad cariño que eres un poco mentirosillo?”, "¡qué cochino eres, estoy harta de repetirte que te laves los dientes antes de acostarte!” Y aunque las frases se digan en tono gracioso o desenfadado, la etiqueta queda. La persona se queda con que es mala, traviesa, cochina o mentirosa, y el niño interpreta que si esos adjetivos son los que le definen, es que debe ser así. Por lo tanto se comportará como lo que se espera de él: ser malo, travieso, cochino o mentiroso.
¿Por qué necesitas clasificar o etiquetar a las personas? Algunos padres lo utilizan como corrector. Piensan que diciéndole a alguien lo que es o lo que deja de ser, le motivará para el cambio. Pero es una equivocación. Las consecuencias, más que un acto revulsivo, son una pérdida de confianza y una autoestima debilitada. Clasificar a la gente también facilita la forma de actuar con ellos. “Este pertenece al grupo de los egoístas, perfecto, ya sabemos cómo actuar con él”. De esta manera metemos en el mismo saco a todo el mundo y decidimos una misma línea de actuación. Es otro gran error. Porque el hecho de que alguien se comporte contigo de forma egoísta una vez, no significa que lo vaya a hacer siempre. Puede tener alguna razón, desde no haberse dado cuenta de su acto egoísta, a un problema personal, o lo que menos te puedas imaginar. Pero lo juzgas desde tu perspectiva y tu escala de valores sin en tener en cuenta muchas otras variables que influyen en cada uno de nuestros comportamientos diarios. Y con ello puede que excluyamos a alguien maravilloso de nuestras vidas que una vez se equivocó y se comportó de forma egoísta, como ejemplo.
Para evitar complicaciones, juicios erróneos, para no machacar a nuestra pareja, hijos, compañeros de trabajo y un largo etcétera, igual podías, en lugar de etiquetar, seguir estas sencillas reglas:
1- Si quieres pedir un cambio de comportamiento a alguien, dile concretamente qué te molesta de esa persona, cómo te sientes, qué esperas de ella o de la situación y cómo mejoraría la relación si llegarais a un entendimiento.
2- Describe de forma objetiva y en términos de conducta, qué te molesta, no lo que la persona es. “Me molesta que me levantes la voz cuando hablamos y tenemos opiniones distintas”, en lugar de decirle “es imposible hablar con alguien inflexible y cabezota como tú”.
3- No hagas comparaciones, son odiosas, mucho menos entre tus hijos. Es la mejor manera de crear rivalidad y celos entre los niños.
4- Sé empático y actúa como a ti te gustaría que actuaran contigo. Si te disgusta que te cataloguen como “eres un tal”, tampoco lo hagas tú.
5- Enseña a tus hijos estos valores cuando vengan del colegio juzgando o criticando a sus compañeros o profesores. 
Actuar así nos humaniza y facilita las relaciones personales.



http://blogs.elpais.com/plena-mente/2016/05/ojo-con-las-etiquetas-porque-terminan-por-cumplirse.html