"La psicóloga Jirina Prekop lo plantea de la siguiente manera: cuando al niño le falta el amor incondicional, se produce en él un dolor insoportable. El desequilibrio exige entonces satisfactores sustitutos, que posteriormente son las causas de las adicciones y la falta de libertad.
El amor incondicional empieza por entregar un poco de nosotros. El amor permite que las hijas y los hijos se sepan dignos de estar en la vida, miembros de una familia, de una comunidad. El desamor los hace sentir como inquilinos que tienen que pagar un “derecho de piso”, sin derecho a la felicidad, al goce. Y vale decir, esto no es vivir, sino sólo sobrevivir.
Por otro lado, es fácil amar a los hijos cuando están en sus mejores momentos. En realidad, el amor incondicional se pone en juego cuando están en sus peores momentos: malhumorados, rebeldes, irritables, necios, intransigentes.”