lunes, 11 de diciembre de 2017

Crecer sin violencia

Todos los niños tienen derecho a una vida saludabley desprovista de violencia.OMS
Hace unos meses escribí una entrada sobre los castigos físicos[1] en la crianza. El artículo ha sido compartido en diversas páginas y ha recibido comentarios de distinta índole. Hoy quisiera aclarar varias cuestiones que me parecen de fundamental importancia. Para ello, citaré entre comillas y en letra cursiva algunas de las opiniones recibidas:
“Los chirlos son necesarios sin llegar a golpear, a mi me pusieron los que me correspondían y estoy muy agradecido. Me criaron para ser un hombre de palabra y de honor.”
¿Sin llegar a golpear? Dar un chirlo ES golpear. El acto de pegar emerge justamente en el momento en el que el adulto se queda sin recursos para afrontar la situación conflictiva de manera respetuosa. Sucede que, como afirma el pediatra Carlos González, “el niño ama tanto a sus padres que justifica sus golpes”, en muchos casos termina normalizando la violencia y se genera una dinámica vincular compleja en la que se naturalizan los malos tratos (“debí merecerlo”) y en la que pareciera que el fin (“ser un hombre de palabra y de honor”) justificara los medios.
“Cuando los niños cometen actos indeseables, deben ser corregidos y unas nalgadas al traste enderezan la buena crianza. Eso no es agresión ni violencia ni desamor. Esas nalgadas le duelen más al padre o madre que las aplica.”
No nos engañemos: A NADIE LE DUELE MÁS QUE AL NIÑO que no sólo está en inferioridad de condiciones, que no sólo es mucho más pequeño en tamaño y tiene menor capacidad para entender el desborde y el exabrupto de quien le pega, sino que además es absolutamente dependiente del adulto. PEGAR ES VIOLENCIA sea en la cola, sea en la cara, sea en el brazo, sea donde sea; sea a un niño, a un adulto, a un anciano; sea una vez o más de una. Es violencia, es maltrato y es una vulneración de los derechos fundamentales[2].
“No exageres, una cosa es el maltrato o tortura y otra un chirlo a tiempo”.
Aquí quería llegar. Muchas personas afirman convencidas que “un chirlo” no es maltrato.
¿Qué se entiende por maltrato infantil? La Organización Mundial de la Salud lo define como cualquier tipo de maltrato físico y/o emocional, abuso sexual, desatención o trato desconsiderado, o explotación comercial o de otra índole que ocasione un daño real o potencial a la salud, supervivencia, desarrollo o dignidad del niño en el contexto de una relación de responsabilidad, confianza o poder. El abuso físico de un niño puede definirse como el uso deliberado de la fuerza física contra un niño, ya sea de forma ocasional o habitual. Se incluyen en este concepto los golpes, palizas, patadas, zarandeos[3].
Seamos sensatos: los golpes no enseñan respeto, lo que se “logra” a través de los mismos es que el niño responda y obedezca en base al miedo, desde la sumisión, quedando excluido el diálogo y la reflexión, dificultando la gestión emocional y la adecuada respuesta a situaciones conflictivas. La violencia nunca es inocua, lastima al niño, lo humilla, daña el vínculo, afecta su neurodesarrollo, su autoestima  y con frecuencia interfiere en los procesos de aprendizaje.
Los invito a encontrar un momento de tranquilidad para hacer el siguiente ejercicio: siéntense cómodos, respiren con atención, intenten visualizarse cuando eran pequeños, hagan un breve recorrido por los recuerdos de sus primeros años de vida, intenten identificar cuáles eran sus sentimientos, emociones y sensaciones corporales preponderantes cuando se equivocaban o cuando tenían algún momento de desborde emocional y sus padres intercedían de alguna manera. ¿Cómo actuaban esos adultos? ¿Cómo se sentían esos niños?
Estoy convencida de que para ser niños respetuosos primero deben ser niños respetados. Lo que generalmente hace falta a los niños no son “límites” sino atención, escucha empática, validación de las emociones, amor incondicional. Cuando uno dice “a los niños les falta límites” pone la responsabilidad en ellos, cuando uno dice “a los niños les falta acompañamiento empático”, la responsabilidad queda claramente del lado del adulto y esta diferencia no es menor, siempre es más sencillo “ver la paja en el ojo ajeno”. Se puede criar con valores, comunicar límites y transmitir normas de convivencia sin maltratar, humillar ni denigrar. Como bien dice el colega chileno Álvaro Pallamares, de Psicología Infantil: “Flexible no es permisivo. Contener no es consentir. Firme no es severo. Predecible no es aburrido. Sensible no es débil. Consecuente no es intransigente. Seguro no es autoritario.”
Claro que hace falta esfuerzo, compromiso, presencia y paciencia, pero créanme: ¡realmente lo vale! Apostemos al tiempo compartido, al diálogo, al respeto, a la sensibilidad, a la empatía, a la reflexión, al ejemplo que damos cotidianamente con nuestras acciones. Buceemos en nuestro interior, sanemos nuestras heridas, busquemos ayuda si hace falta. Criemos hijos que no tengan que recuperarse de sus infancias.
(*) Natalia S. Liguori
Lic. en Psicología (MN 47.600 – MP 96.341)
natiliguori@yahoo.comhttps://licenciadanatalialiguori.wordpress.com


https://licenciadanatalialiguori.wordpress.com/2015/09/01/crecer-sin-violencia/