lunes, 30 de octubre de 2017

EL NIÑO DE HOY Y LA AUTORIDAD

Diciembre 2015 | nº 364 | PADRES Y MAESTROS | 13
Psicomotricidad en la escuela


Catedrático (Tours - Francia)
bernardaucouturier@orange.fr



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Un tema educativo que se plantea en
muchas familias y profesores. Frente a las
exigencias de estos “niños terribles” (enfant
terrible) que maltratan a sus familias, los
padres se encuentran con pocos recursos
para imponer sus límites. El malestar de
los padres va en aumento, culpabilizándose
de “no ser buenos padres”, utilizando
el autoritarismo o bien laisser-faire. El
problema de todos estos niños es que
se encuentran en un ambiente familiar
donde los padres tienen dificultades para
imponer el “no”. Teniendo en cuenta estas
dinámicas, ¿cómo imponer la autoridad,
sabiendo que la autoridad es una acción
educativa que interviene en el psiquismo del
niño y de su devenir social?




Se trata de una cuestión educativa
importante a la que se enfrentan muchas
familias, y hasta muchos profesores, que
en ocasiones se sienten frustrados por el
comportamiento desmedido de los niños
desde la educación infantil hasta la adolescencia.

Antes, los niños debían estar bien educados,
es decir, debían obedecer a los adultos
y tener buenos modales. Tenían que
respetar las normas familiares: no molestar
a sus padres, sentarse a la mesa en
familia y no hablar. Por suerte, todo aquello
quedó lejos, y, en tan sólo unos decenios,
el trato con los niños ha cambiado. De
hecho, hoy en día se les exige fundamentalmente
ser autónomos e independientes. Sin
embargo, la autonomía, que es la capacidad
de la que uno dispone para fijarse sus
propias normas, y la independencia, que
consiste en saber manejarse solo a diario,
son fruto de una larga conquista que, a su
vez, es el resultado de la educación dada
por la familia y el colegio.

El porvenir de un niño es convertirse
en una persona civilizada que sea capaz
de convivir con el resto, de compartir
voluntariamente y que no dé problemas a
su entorno. En un principio, no está preparado
para eso, dado que sus actuaciones
se rigen por tres principios que no favorecen
su vida en sociedad. Un niño es:

-  un sujeto de pulsiones agresivas: empujará,
morderá y pegará a todo aquél que
se interponga en su camino;
- un sujeto de deseos: si quiere algo, lo
cogerá, no esperará;
- un sujeto de placeres: hace lo que le
apetece y rechaza todo aquello que le
provoca el menor desagrado.

Por tanto, el niño tiene dificultad para
interiorizar que debe realizar esfuerzos y
aceptar las normas.

Hasta los 4 o 5 años, el niño se siente
todopoderoso, cree que es el rey del
mundo (sobre todo los chicos) el centro
del universo, en particular en el núcleo
familiar. Así, para poder evolucionar,
deberá renunciar a su comportamiento
inicial gracias a la educación recibida en
casa y en el colegio.

Ante tamaña tarea, a los padres no les
quedará más remedio que optar por hacer
uso de la autoridad, esto es, crear frustraciones
para que el niño pueda crecer
y convertirse en un adulto responsable
de sí mismo, respetuoso con el resto y
generoso. Sin embargo, cabe preguntarse
si algunos padres están preparados para
eso, si son capaces de ejercer su autoridad
para contribuir al desarrollo del niño
en las mejores condiciones.

El malestar de los padres
En la actualidad, en muchos padres
aflora una sensación de malestar creciente,
derivada de presiones externas y
de un estilo de vida estresante: trabajan
mucho, llegan tarde a casa y a menudo
agotados por los largos trayectos. Estas
personas sufren por no ser “buenos
padres”, se sienten inseguras y culpables
por haber fracasado en su rol. Sienten que
son incapaces de ejercer su función como
padres, que consiste en transmitir tranquilidad
a su hijo. Sin embargo, el niño tiene
un sentimiento de seguridad y de bienestar
internos cuando siente el amor y la estabilidad
como adulto de sus padres.

Ahora, son muchos los padres que
satisfacen de manera continua las necesidades
y deseos de sus hijos sin generar
frustraciones. Estos padres asumen el
rol de “colega a colega” con su hijo porque
resulta más sencillo, les preguntan si
quieren ir a pasear o comer esto o lo otro,
lo que, en realidad, son decisiones que
debe tomar un adulto y el niño aceptar sin
rechistar.

A menudo, los padres colman de regalos
a sus hijos para minimizar su sentimiento
de culpa. Así, el niño tiene el regalo
antes incluso de desearlo. En caso de no
conseguir la chuchería o juguete deseados,
puede montar en cólera e insultar a
sus padres, quienes se angustiarán por
tener que oponer resistencia a su hijo de 3
años. Y, sin embargo, si no son capaces de
decir “no” a un niño de 3 años, o incluso
antes, éste no aguantará la frustración
a los 13. Los psiquiatras infantiles dicen
que “algunas familias están dirigidas por
hombrecitos que no levantan tres palmos
del suelo”.

Muchos padres entregan a sus hijos
a ese sentimiento de omnipotencia, a
sus pulsiones primarias, mientras que la
frustración prepara al niño para la vida
social. No se atreven a reafirmar su autoridad,
a establecer unos límites frente a
su hijo todopoderoso; son incapaces de
decir: “aquí no mandas tú, mando yo”. Se
sienten desamparados y sobrepasados
por conflictos familiares permanentes,
frente a unos niños que dictan las normas
en casa.

El uso de la autoridad, esto es,
crear frustraciones para que el
niño pueda crecer y convertirse
en un adulto responsable de sí
mismo, respetuoso con el resto y
generoso.


De este modo, los niños crecen con la
idea de que el mundo debe obedecerles.
Aquéllos que obtienen las cosas antes
incluso de haberlas deseado son, más
tarde, incapaces de esperar y de tolerar
las frustraciones. Para ellos, la paciencia
es una virtud desfasada. Estos niños, en
manos de los mandatos de sus pulsiones,
de sus exigencias y de su impaciencia
corren el riesgo de convertirse en niños
tiranos, un tema de actualidad en el ámbito
de la psicopatología infantil. Y, entonces,
los padres se apresurarán a ir al psicólogo,
quien les dirá: “no, no es una cuestión psicológica,
sino educativa”.

La espera deja un vacío, un sentimiento
de angustia, y ese vacío se va llenando
de inseguridad y de exigencias. La
exigencia y la impaciencia conllevan una
sensación de malvivir; la impaciencia no
es otra cosa que la falta de confianza en
uno mismo, de confianza en la vida.

Estos niños crecen con la idea de que
deben obtener todo de inmediato, así que el
día en el que se topan con el primer obstáculo,
véanse las exigencias en el colegio, es
un drama, llegan la rebeldía, el rechazo o la
huida. Estos padres son incapaces de imponer
unos límites a sus hijos y a sí mismos: el
último teléfono móvil del mercado, el último
modelo de televisión o de coche, las últimas
tendencias en moda. Es cierto que, a
menudo, los niños tienen como referencia a
unos adultos con egos hipertrofiados.

La hipertrofia del yo
La patología de la hipertrofia del yo
domina el día a día. Si no se le planta cara
mediante la educación y la mediación,
los adultos con síndrome del emperador
podrían convertir al mundo en un lugar
insoportable.

Sin embargo, ¡cada vez hay más adultos
así! Cierto es que no se trata de una
generación entera, pero sí de una minoría
que pasa a la acción e impone su
mala educación: por ejemplo, una cita
acompañada de un retraso, un coche
estacionado en doble fila o en una plaza
reservada para minusválidos, o bien
mantener una conversación por el móvil
y compartirla con todo el vagón. Y el egocentrismo
va más allá. Dentro de la familia,
el adulto con síndrome del emperador
cambiará de mujer si considera que ésta
ya no le atrae, tal y como cambia de
móvil o de coche. En el trabajo, el jefecillo
infligirá humillaciones para satisfacer
su ego. En el ámbito político, la tónica
dominante es la omnipotencia.

Estas personas no han aceptado
límites, pero tampoco nadie se los ha
impuesto. La hipertrofia del yo es la consecuencia
de una carencia educativa. Son
adultos que no han sido educados, que no
han aprendido a ajustar su placer a la realidad
y, por consiguiente, a la realidad del
resto. Niegan a los demás, los “cosifican”.
El adulto todopoderoso no piensa en el
otro: ¿no sería entonces un saboteador de
relaciones? Estos adultos niegan las virtudes
que caracterizan al ser humano, tales
como la cortesía, la justicia, la compasión,
la tolerancia, la buena fe, la lealtad.

Aunque el niño se sienta contrariado por las
prohibiciones, en ningún caso le traumatizarán.
Es más, se producirá el efecto contrario, ya que
éstas darán coherencia a su existencia y le
ayudarán a encontrar el camino adecuado

Son seres humanos que han abandonado
el “sentimiento humano”.
Hoy en día, el hecho de que los adultos
sufran y se sientan culpables por no
ser buenos padres les lleva a permitir que
sus hijos pasen horas delante de la televisión
o jueguen con juegos electrónicos
sin límite de tiempo, y no se atreven a
decirles que paren. Y, mientras, el niño
está inactivo ante la pantalla, es dependiente
de las imágenes que absorbe sin
filtro alguno. Ese niño vulnerable corre el
riesgo de encerrarse en el mundo virtual,
de alejarse de la realidad, y de dejar que
se instalen ideas, fantasmas de dominación,
de agresión y de aniquilación del
resto. En este caso, la familia y el colegio
desempeñan un papel fundamental, que
consiste en formarle para que sea capaz
de cuestionar las imágenes y prepararle
para su entendimiento.

Los niños carecen de límites, sí, todos
los especialistas están de acuerdo en ese
punto, pero entonces, ¿por qué es algo que
no cambia? ¿Por qué cada vez se ven más
comportamientos incívicos en la calle,
en el colegio? ¿Por qué? Creo que desde
hace 30 años tratamos de atribuir cualquier
comportamiento disfuncional o trastorno
de la conducta del niño a carencias
afectivas o traumas, y puede que el problema
esté únicamente en la educación.
Antiguamente, los niños que no cumplían
las expectativas de los adultosestaban
inhibidos, carecían de autoestima,
tenían dificultades para autoafirmarse,
existir y reprimían sus deseos. Ahora,
los niños quieren vivir sus deseos y placeres,
y vemos cómo surge una patología
asociada al vínculo con la realidad: los
niños ya no están reprimidos, padecen
una hipertrofia del yo, son incapaces de
soportar al resto, las normas o las frustraciones.
Cuando crecen, son personas con
las que es difícil convivir, son esos enfants
terribles (como yo les llamo), que agreden
verbalmente, y a veces hasta físicamente,
a los educadores, excluyéndoles,
despreciándoles, e incluso insultándoles.
De esos niños, algunos corren el riesgo
de convertirse en personas violentas, si
es que no lo son ya, y pueden ser peligrosos
para los demás y para sí mismos. Los
profesores se dan cuenta de que no son
autónomos porque, incluso con 8 años, se
comportan como si fueran bebés, y entre
los colegiales, se percibe una mezcla de
autonomía y de infantilismo. Es cierto que
puede que la inseguridad de los padres y
su sentimiento de culpa les lleven a prodigar
demasiado amor para compensar
su malestar, encerrando así a sus hijos
en una burbuja afectiva de la cual sólo se
podrán zafar rebelándose.

Antes, a los niños primero se les educaba,
y si quedaba tiempo, se les daba
cariño. No siento nostalgia del pasado,
pero sí es verdad que educar a un niño
puede resumirse en tres palabras: cariño,
normas, cultura.

Los psiquiatras, psicólogos y especialistas
infantiles dan la voz de alarma: “¡alto al
ego infantil!”. Al parecer, el “niño tirano” se
está convirtiendo en un fenómeno social.
Deseado, adorado, adulado, mimado, consentido;
ya no tolera la autoridad ni las
normas, ni tan siquiera la más mínima
negativa. Son adictos al placer inmediato.
Un “niño tirano” es primero un niño rey,
que dispone de todos los bienes materiales
posibles (videojuegos, televisión,
tableta electrónica, teléfono) y que, además,
se ha hecho con el poder en casa.
Los padres se sienten impotentes y desarmados,
y repiten que ya no saben qué
hacer. Son niños que generan una sensación
de angustia en su entorno; desde el
niño de 3 años que no obedece, que come
y duerme únicamente cuando quiere,
hasta el adolescente que ha retirado la
palabra a sus padres.

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Una transformación social
Hace varios decenios, se observaban
más bien patologías asociadas al
principio del placer. Fue una época en la
que las responsabilidades profesionales,
familiares y sociales tenían mucho peso,
y en la que había muy poco espacio para
el placer y el hedonismo. En la década
60-80, asistimos al movimiento contrario:
“disfrutar de la vida”, “prohibido prohibir”.
Fue algo muy saludable como contrapunto
a las restricciones sociales; ahora
ha alcanzado un grado excesivo. Sí, el ser
humano tiene la necesidad de sentirse
querido para poder forjar su personalidad,
pero también necesita frustraciones porque
debe afrontar la realidad (“no soy el
más guapo ni el más fuerte ni el más inteligente”)
la realidad del resto y la realidad
de la vida. Estos niños padecen intolerancia
a la frustración en cuanto no consiguen
lo que quieren, cuando las cosas no
salen como a ellos les gustaría o el resto
no se comporta como ellos desean. Y así
no van por buen camino. Los niños que
niegan la autoridad parecen seguros de
sí mismos, pero en realidad son vulnerables
a nivel psicológico. La sociedad de
consumo y su culto al placer inmediato;
el placer individual, el individualismo y la
incomunicabilidad, que están a la cabeza
de las prioridades; y el discurso contradictorio
de algunos padres sobre la educación
contribuyen al nacimiento del
“niño rey”. Vivimos en un mundo en pleno
proceso de transformación, en el que los
adultos han relegado al olvido el modelo
educativo autoritario para dejar paso al
enfoque permisivo del laisser faire. Desde
hace 50 años, las normas han cambiado
tanto que los adultos ya no saben qué sistema
tomar como referencia.

¿Acaso es la consecuencia del legado
del psicoanálisis? Del legado de Françoise
Dolto, de su archiconocido libro El niño es
una persona. No es menos verdad que el
psicoanálisis tenía por costumbre insistir
en que los niños sólo tienen derechos y
los padres nada más que obligaciones. Si
gracias a él se liberó a los jóvenes anestesiados
por una educación rígida o por
carencias afectivas, tanto mejor. Entonces
era necesario reconocer que los niños
eran personas en sí mismas; ahora estamos
en una época distinta.
Los psicoanalistas de hoy en día han
cambiado y reconocen que es necesaria
la evolución de las pulsiones, del principio
del placer, así como que es indispensable
que los padres ejerzan el mando.
Ya en su época Platón dijo: “Un adolescente
sin maestro se dirige hacia la
tiranía”.
Pero, ¿cómo evitarlo?


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No se trata de volver a un modelo autoritario,
de aplicar los arcaísmos educativos
que algunos de nosotros hemos vivido, sino
de transmitirle al niño que “puede disfrutar
de la vida, pero que también existen
normas”. Los padres frustrantes no hacen
infelices a sus hijos, más bien al contrario.
Los valores sociales han pasado de un
extremo al otro. Han pasado de ser “trabajo,
familia, patria” al “primero yo”. Sin
embargo, se toma consciencia de la situación
porque los padres se dan cuenta de
que su prole no es feliz, que deben asumir
nuevamente el rol de educadores, y que su
hijo no es un igual ni un amigo. Los niños
tienen que poder soñar con el mundo de
los adultos.

¿Cómo imponer la autoridad?
Aviso: para poder imponer prohibiciones
a los niños y que éstos las respeten,
tanto padres como profesores deben estar
seguros de su conveniencia.

Las consecuencias de las prohibiciones
inciden en el psiquismo del niño, cuya posición
con respecto a ellas es ambivalente.
Evidentemente, las rechazará, teniendo
en cuenta que van contra sus pulsiones,
su búsqueda del placer, de la libertad y su
sentimiento omnipotente. Sin embargo, el
niño se dará cuenta rápidamente de que
las necesita, y las buscará. Los niños a
los que se les permite hacer de todo, que
brincan por todas partes, trepan por los
muebles, chutan el balón por el cuarto,
esos niños terminan por hacerse daño. Si
no existen unos límites impuestos por un
adulto, los niños son capaces de encontrar
por sí mismos los límites a través de
su cuerpo.

Aunque el niño se sienta contrariado por
las prohibiciones, en ningún caso le traumatizarán.
Es más, se producirá el efecto
contrario, ya que estas darán coherencia a
su existencia y le ayudarán a encontrar el
camino adecuado. Si cada vez que quiera
dar rienda suelta a su omnipotencia se
encuentra con una señal de “dirección
prohibida”, tendrá que encontrar la manera
de conducirse de otra forma.

Gracias a las prohibiciones de sus padres podrá realizar
un increíble trabajo a nivel psíquico, que le
reportará grandes ventajas: será objeto de
una transformación interna que le convertirá
en un ser civilizado, capaz de convivir
en armonía con el resto.

Educar a un niño es una tarea difícil, que exige
a los padres grandes dosis de afecto, de tiempo,
de valentía y de responsabilidad para afrontar
los conflictos

Pero, ¿cómo hay que proceder para
implantar los límites con firmeza y juicio?
En primer lugar, habrá que enunciar la
prohibición “no se pega en la cabeza de
un amiguito en el parque para quitarle el
cubo”.
Después, simplemente habrá que explicarle
qué significa la prohibición: si todo el
mundo pudiese pegar al resto por la calle,
cualquiera podría pegar al niño, y el mundo
se convertiría en un lugar inhóspito.
Finalmente, es básico que entienda
que no es el único al que se le imponen
esas prohibiciones, que todas las personas
están sometidas a ellas, incluidos
los adultos. Por ejemplo, si al padre que
le gustaría tener el cochazo del vecino
se le ocurriese quitárselo, sería sancionado
con severidad.

El fundamento de la autoridad justa
(distinto del autoritarismo) se sustenta
en la legitimidad de una prohibición con
un significado, impuesta a todos y no
sólo a los niños. Para ello, hay que estar
convencido del rol de padre y decidido a
no faltar a ninguna de las obligaciones.
Es esa convicción la que tiene autoridad
ante el niño.

Otra de las preguntas que nos hacemos
es si el niño querrá menos a sus
padres si estos imponen su autoridad.
Un niño no se equivoca jamás. Sabe
diferenciar perfectamente entre los límites
que le han sido impuestos justamente
y aquéllos que el adulto le impone porque
sí. Rápidamente, el niño percibe las
ventajas de las prohibiciones. A aquél al
que le hayan educado con autoridad hará
amigos, descubrirá otros placeres maravillosos,
como son la comunicación y el
juego espontáneo.

Gracias a este último, el niño aprenderá a expresar su pasado de
manera simbólica y a reafirmarse, dando
así un paso importante hacia el mundo
de los adultos (de ahí la importancia de
la práctica psicomotriz, que favorece el
acceso a la dimensión simbólica). Por
supuesto, hay que pasar por una etapa
ingrata, que es cuando el niño debe plegarse
a las prohibiciones sin haber descubierto
aún las ventajas: la comunicación
y el juego. Estas frustraciones forman
parte de la vida; nosotros, los adultos,
hemos pasado por ellas y no nos hemos
muerto.

Pero los padres deben estar tranquilos:
la autoridad es ante todo un acto de
amor, y su hijo lo siente así.
En las familias en las que existe un
nivel de autoridad normal, impartida en
un entorno afectivo, reina un ambiente
familiar tranquilo, propicio para una relación
fluida entre los adultos y el niño.
¿A partir de qué edad hay que
empezar a imponer las primeras
prohibiciones?

Los padres comienzan su función civilizadora
muy pronto, a partir del nacimiento.
A través de la calidad de los cuidados dispensados
con regularidad, de una misma
cadencia con palabras adaptadas a las
necesidades del niño, del uso de palabras
tranquilizadoras, el bebé asimila unas referencias
sensoriales, de acción, de afecto
y de placer que le permitirán anticipar el
retorno del progenitor. La madre y el padre
imparten con cierta regularidad ese ritual
de cuidados y, entonces, el bebé sigue el
ritual automáticamente, por lo que es
probable que más tarde acepte con más
facilidad la autoridad de los padres en un
contexto de seguridad afectiva.


Diciembre 2015 | nº 364 | PADRES Y MAESTROS |       Psicomotricidad en la escuela
François de Singly (2009). Comment aider
l’enfant à devenir lui-même. Ed. Armand
Colin.
Roger de Teboul. Deviens adulte. Ed. Armand
Colin.
PARA SABER MÁS
Autoridad; frustración; autonomía;
independencia; límites; cuidados.

Este artículo fue solicitado por PADRES y
MAESTROS en enero de 2015, revisado y
aceptado en junio de 2015.

Educar a un niño es una tarea especialmente
agotadora. Sería una lástima
posponer el ejercicio de la autoridad convenciéndose
a uno mismo de que el niño es
todavía demasiado pequeño para soportar
las frustraciones. ¡Craso error! Cuanto
más se tarde, más difícil será enderezar la
situación.
Actualmente, los padres comienzan
a rebelarse. Están mucho menos sometidos
a sus hijos que hace 10 años, y hacen
gala de responsabilidad parental: controlan
las redes sociales y los móviles de sus
hijos en cuanto pueden.
Según los profesores, existe una nueva
generación de padres que quiere evitar a
toda costa que los niños se les suban a la
chepa. Estamos ante un acontecimiento
educativo histórico.
Las familias están adoptando poco a
poco un nuevo enfoque (por otro lado,
inevitable) de acuerdo con el cual muchos
padres empiezan a poner al niño en su
sitio y a hacer uso de su autoridad. Por
supuesto que continuará habiendo padres
permisivos que no ejerzan su función de
autoridad, que se muestren demasiado
afectuosos y sobreprotejan a sus hijos.
Igualmente, seguirán existiendo padres
autoritarios y estrictos, que apenas dejarán
margen para las muestras de afecto
y sí para el autoritarismo. También habrá
padres descuidados, que no harán gala
del cariño ni de la autoridad que sus hijos
necesitan. Y, finalmente, habrá padres,
llamados responsables, que asumirán su
rol, dando muestras de afecto y calidez y
sabiendo cómo ejercer la autoridad.
Para finalizar recordemos siempre que
educar a un niño es una tarea difícil, que
exige a los padres grandes dosis de afecto,
de tiempo, de valentía y de responsabilidad
para afrontar los conflictos. Al educar,
no se trata de dudar de si el niño se va a
disgustar por la imposición de sanciones,
sino de mantenerse firme ante los principios
de la vida y de respeto al prójimo, que
tanto el padre como la madre deberán
defender. Los mejores regalos que un hijo
puede recibir son el cariño, la ternura, un
entorno estable, la tenacidad; entonces es
cuando sentirá esa seguridad que le abrirá
las puertas a la vida. Vosotros sus padres y
educadores sois la mejor oportunidad que
tendrán los niños para crecer como personas
en plenitud humana •